¿Se puede vivir sin emociones?


Para Elmer, protagonista de la serie española El jardinero, matar es tan fácil como plantar petunias, pues un accidente durante la infancia le privó de sentimientos. ¿Es posible que cambios físicos en el cerebro activen o desactiven nuestra capacidad de sentir? La respuesta es sí: una lesión en el cerebro no solo afecta al habla o la movilidad de alguna parte del cuerpo, sino que puede afectar a nuestra capacidad para emocionarnos.
Más allá de la historia ficticia de Elmer, la ciencia nos ha reportado numerosos casos de personas con deterioro emocional. Son estas historias reales las que han permitido localizar anatómica y fisiológicamente los centros de control emocional el cerebro.
Cuando la realidad supera la ficción
El caso más famoso es el de Phineas Gage, un capataz del ferrocarril que, tras sufrir un accidente en 1848 en el que una barra de hierro le atravesó el cráneo, experimentó un cambio radical de personalidad. Más de un siglo después, un paciente de Antonio Damasio, Elliot, sufrió un cambio similar tras una cirugía para extirpar un tumor cerebral. Como Phineas, preservó sus capacidades cognitivas y de lenguaje, pero su vida se desmoronó al ser incapaz de tomar las decisiones más triviales de forma acertada.
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Tras observar experiencias similares en diferentes personas, el doctor Damasio concluyó que determinadas lesiones cerebrales (corteza prefrontal ventromedianas y dorsolateral, corteza somatosensitiva derecha, corteza cingulada anterior y amígdala) comprometen gravemente la capacidad para sentir emociones y con ello la de trazar planes, anticipar las consecuencias sociales, y, en definitiva, tomar buenas decisiones.
Según nos enseñan los pacientes de Damasio, lo más difícil de creer de la serie El Jardinero es que Elmer sea capaz de trazar y seguir un plan, pues como se ha demostrado, la ausencia de emociones reduce enormemente las funciones ejecutivas.
Lesiones en etapas tempranas
Cuando ocurren lesiones cerebrales similares durante el nacimiento o en la juventud tiene lugar un comportamiento igualmente anómalo. Psicólogos, psiquiatras y neurocirujanos de los años 40 coincidieron al describir pacientes privados de una teoría de su propia mente y de la mente de aquellos con quienes interactúan. Los comportamientos de estas personas eran “estereotipados, sin originalidad, creatividad o iniciativa; rígidos y perseverantes en su enfoque de la vida, incapaces de organizar su actividad futura y de conservar un empleo; tendían a jactarse y mostrar una opinión favorable de ellos mismos”.
Afortunadamente, ninguna de ellas tuvo una madre como la de Elmer, que aprovechaba la condición para convertirlo en sicario.
Lobotomías y pérdida de emociones
Por si aún cabe alguna duda sobre el papel de la corteza prefrontal en las emociones y de éstas en el raciocinio, solo tenemos que revisar las consecuencias de las lobotomías transorbitales puestas de moda a mediados del siglo XX para tratar condiciones psiquiátricas extremas.
Aunque en algunos casos aliviaban ciertos síntomas, a menudo dejaban a los pacientes con cambios severos en su comportamiento, relacionados precisamente con la pérdida de sus capacidades emocionales, como le ocurrió a Rosemary Kennedy. Por supuesto, estas prácticas dejaron de realizarse.
Preservar las emociones, el reto de la neurocirugía
En realidad, nunca nada es tan sencillo cuando se trata de la mente. La plasticidad celular convierte al cerebro en un todo dinámico y flexible de forma que las emociones, igual que el lenguaje, el pensamiento o el movimiento, son fruto de la interacción constante y dinámica de múltiples redes neuronales.
El neurocirujano Jesús Martín-Fernández se ha propuesto conservar las emociones de sus pacientes preservando no solo las “ciudades” importantes de su cerebro, si no las “carreteras” que las conectan (como la red por defecto, la red de saliencia o el folículo frontooccipital inferior).
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Tradicionalmente, la neurocirugía en pacientes despiertos se ha centrado en preservar el lenguaje y la movilidad de los pacientes. Sin restar valor a estos logros, la eliminación de tejido cerebral ha tenido en muchas ocasiones efectos dramáticos sobre las capacidades emocionales de los pacientes, ya que al no poder ser detectadas se eliminaban junto al tumor.
Martín-Fernández opera a sus pacientes con la ayuda de una neuropsicóloga que evalúa en directo emociones y sentimientos con el objetivo de no dañar, mientras extirpa el tumor, las conexiones que las provocan. De esta forma, consiguen no solo preservar la humanidad completa de la persona (lenguaje, movimiento y emoción) sino aumentar nuestros conocimientos sobre el cerebro emocional.
Emociones y sentimientos: un dúo dinámico
Llegados a este punto, quizás conviene aclarar que emoción y sentimiento, aunque se usan indistintamente, no son lo mismo.
Las emociones son respuestas fisiológicas automáticas y medibles que se producen en nuestro cuerpo frente a un estímulo (aumento del ritmo cardíaco, una expresión facial, sudoración). Y los sentimientos son la experiencia consciente y subjetiva de esas emociones.
Es decir, el sentimiento es la forma en que la mente interpreta y da sentido a esos cambios corporales. La alegría, la tristeza, el miedo, la ira, el asco y la sorpresa son emociones básicas que, al ser interpretadas, dan lugar a una vasta gama de sentimientos como felicidad, soledad, ansiedad, frustración, rechazo o entusiasmo.
Áreas del cerebro para ponerse en el lugar del otro
Tan genuinamente humano es sentir emociones como hacer nuestras las emociones de otros. La ínsula es una región conocida como el espejo del cerebro y es la responsable de que sintamos rechazo cuando vemos a alguien poner cara de asco al probar un vaso de leche en mal estado. Lesiones en esta región anula dicha capacidad en cualquier persona, hasta el punto de que podríamos ver a alguien vomitando e interpretarlo como que se lo está pasando muy bien.
En las mujeres embarazadas, se producen cambios en la amígdala que les hace ser más sensibles a percibir y responder ante expresiones faciales de amenaza o de bienestar.
Tan importante es la amígdala en la percepción e interpretación de estímulos visuales, que una persona con ceguera visual por tener dañada la corteza visual (pero no la retina), es capaz de reproducir las expresiones faciales que le muestren a pesar de no poder verlas. Esto es así solo si las conexiones entre los ojos y la amígdala se mantienen.
¿Qué pinta el cuerpo en todo esto?
El cuerpo establece una relación constante y bidireccional con el cerebro que también afecta a la emoción. La respiración, la postura, la microbiota intestinal o el ritmo cardíaco parecen afectar a nuestra percepción emocional y, por tanto, a cómo evaluamos situaciones.
Hay evidencias sólidas, por tanto, que nos dicen que las emociones, y con ellas los sentimientos, se generan gracias a la actividad y las conexiones establecidas entre diferentes áreas del cerebro. El daño en las áreas cerebrales implicadas podría dejar a una persona como Elmer, al igual que les sucedió a Phineas Gage o Rosmaryn Kennedy, sin la capacidad de amar, asustarse o entristecerse. En qué se convertiría esa persona dependerá fundamentalmente de su entorno y de la asistencia psicosanitaria que reciban.

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Burimi origjinal: theconversation.com